Relatos

Desde que llegué al mar

Yo he liderado ejércitos. He conquistado imperios, he encabezado marchas redentoras. En mi nombre se han firmado treguas y desencadenado infiernos. Cientos de habitaciones han enmudecido, sólo para escuchar el sonido firme de mi caminar. Mi ira ha inundado jornadas sin fin; tardes exhaustas remoloneando despedidas, con el único objetivo de seguir brindando punzante y cálida luz sobre mi frente.

The forgotten II

The forgotten II por Luis Alvarez Marra

Yo he gritado al viento que la calma me pertenece. He susurrado a la luna que la noche le es prestada. En mi nombre pilares eternos se han resquebrajado. Yo he sido deseado y nunca he necesitado amar. Sobre mi espalda se ha cargado la suerte y el destino de miles. Yo he tosido sangre y respirado azufre. No he dejado atrás tierra sin pisar, ni mares por ser amansados. Mi nombre ha bendecido montañas, mi sombra ha sido reverenciada cada vez que he decidido partir. 

Yo he descabalgado reyes, moldeado barro con mis manos, escrito sobre sueños y pesadillas entremezcladas. Yo he olvidado cualquier nombre propio, he descubierto secretos ajenos. Si algo has sentido, no fue más que el resultado de mis entrañas digiriendo y regurgitando. Yo he sabido cómo evocar los deseos más turbios, los anhelos más desesperados. Tras mí han quedado valles desolados, hileras de espaldas sudadas, manos temblorosas y hombres cabizbajos. Yo he sido todo, denso silencio y brillante estrépito.

Y ahora no sé si me da miedo la muerte. No sé casi nada desde que llegué al mar. No sé si las horas me guardan respeto, si los aromas pasan antes por mí y me solicitan licencias. No sé si de pronto todo se detendrá si yo lo ordeno, o si mis gritos conservan el poder de fracturar los huesos. Desconozco hacia dónde fluye este camino y la historia que lo ha mudado pedregoso y combado. Lo cierto es que no sé casi nada desde que llegué al mar. Realmente, ignoro si en la urgencia de la muerte se resume todo aquello que me acobarda.

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Marguerite Duras: «No sé si me da miedo la muerte, no sé casi nada desde que llegué al mar»

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Relatos

Fruta caduca y flores marchitas

Hoy han llegado las urgencias serpenteando por entre los cristales rotos de la estación. Ventanal resquebrajado por los rayos del sol de las mañanas, las miles de mañanas pasadas, que tamiza la luz incipiente del día. Cristalera en profunda descomposición que tiñe de un tono dorado la aspereza del suelo sucio y las paredes sobadas de tanto soportar hombros y espaldas cansadas.

Hoy el tiempo camina y silba por entre los andenes con el paso de un trastornado con una locura urgente por acometer. Hoy los trenes están mudos, hoy la muchedumbre no revolotea ocupando los rincones. Esta mañana el frío lo inunda todo, lo silencia todo, desparrama nebuloso vaho en los vestíbulos y en cada una de las esquinas vacías.

Homeless and forgotten old man in Argentina

«Homeless and forgotten old man in Argentina», por Rodrigo Butta

La costumbre suele ser pegajosa y repetitiva en esta parte del mundo. El tiempo acostumbra a mostrarse infinito. Los anhelos: torpes, borrosos y oxidados. No germinan noticias en estos rincones, no florecen ilusiones y caminar, en perfecta fila india, es lo más audaz que nos solemos permitir. Generalmente transita la vida como lo hace el agua sobre un árido suelo arcilloso; buscando la siguiente cicatriz a la que saltar para deslizarse sin empapar la tierra. Así, de ese mismo modo, se desvanecen los días ante nuestros ojos y no hay llantos ni risas que los detengan.

Sin embargo, esta mañana los andenes bullen en urgencias. El peso del tiempo acumulado en tratar de dominar lo que jamás puede ser aprendido: el martilleo de la soledad, el olvido del que pasa desapercibido o la densa y total apatía; ha vencido todo resto de esperanza. Esta mañana el frío acelera los segundos, la mente siente la imperiosa necesidad de buscar silencio y el cuerpo ni siquiera consigue toser cuando la peste a angustia comienza a bloquear la respiración. Hoy, las imágenes de las vidas ajenas, de las conversaciones y confidencias, el taconeo de los zapatos que cruzan ilusionados los andenes, la vorágine de despedidas y reencuentros, los planes por deshacer, los futuros hilvanados entre sonrisas y las dudas aferradas a las vísceras… hoy todo ello se ha convertido en zarpazos insoportables, en disparos dirigidos con maléfica precisión para avivar los más dolorosos de los recuerdos.

Esta mañana se ha hecho imposible vivir.
Hoy he decidido nunca más volver a dormir envuelto en hedor a fruta caduca y flores marchitas.
Hoy he tallado mi nombre en la pared más cercana. Mañana me despedirán breves columnas en los periódicos locales.
Estoy conforme, nunca he perseguido la gloria. Siempre he apreciado la secuencia de zumbido y silencio en la que mudan los focos cuando, finalmente, reposan.

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Relatos

Nada mudó. Todo fue como siempre lo había sido.

No hubo noche de tormenta. Ni lluvia azotando las ventanas, ni viento enervado derramando vértigo en cada cruce de aceras. Tampoco sonaron campanas de muerte, ni los músicos callejeros enmudecieron de súbito. El tiempo no se paró y los arroyos continuaron fluyendo, despistados, soberbios, siempre ajenos.

Susurré en su oído, pero no pude evitar que sus manos quedasen inservibles. Absurdas, vacías y frías.

Y no hubo colores fundiéndose a negro. Ni todo fue noche tras un pestañeo. Continuaron danzando las voces y los pasos. El cielo… el cielo conservó la frescura de su azul cargado de aromas, y el balanceo de vergüenza e ilusión no se quebró. Intacto e imperfecto, como siempre, impregnando las miradas de los que se encuentran.

Agent 8

«Agent 8», por anyjazz65

Susurré en su oído, pero nada sostuvo mi llanto. Nada evitó que se deslizase, resignado y estéril, como un grito que no llega a ser. Sin voz. Mudo y sin sentido.

Y continuaron caminando los que van, los que huyen y los que buscan. No cesaron de tambalearse las certezas, ni tampoco el dulzor de las tardes de primavera se diluyó. Las palabras acosaron a sus dueños, como siempre lo han hecho. El tiempo siguió marchitando lo perenne y las mañanas se acicalaron, en espera de nuevos reyes.

Nada mudó. Todo fue como siempre lo había sido. Yo susurré plegarias en su oído, besé sus párpados, exhalé un aliento pleno de mezcolanza entre futuros y risas pasadas. Quise ahogar sus últimos temores, rescatar las mañanas serenas compartiendo caricias y canciones; pero se tornó absurdo caminar con los bolsillos rotos y la piel volviéndose arena.

Absurdo dar un paso y enterrar los tobillos. Tropezar, caer y gatear torpemente hasta quedarse quieto en mitad de la vorágine. Ver la vida como una madeja sin cuenda que enmaraña razones y miedo, vacío y ternura. No quedó más huida que renunciar a conservar los labios servibles. Dejar los días correr y permanecer resignado y estéril. Sin sentido. Ajeno a la vida, como la piel que mudó en arena, concediendo al silencio la virtud de ser la única respuesta a todas aquellas preguntas que están por llegar. No quedó más camino que aquel por el que se va deshaciendo la cordura entre penumbra y frío, aquí y ahora, mientras allá afuera todo sigue girando, todo sigue danzando.

Se resquebrajó el futuro, pero frente a mí nada mudó. Todo es como siempre lo ha sido. Ella, su piel, su voz, todo se volvió arena. Yo, sin mundo, sin vida y sin ella. Un par de bolsillos rotos, el polvo cayendo por ellos, la mente perdiendo el sustento, la noche eclipsándolo todo; pero nada parece cambiar. El mundo no entiende de penas, no entiende de muerte. La vida te quiebra la espalda y todo sigue impasible. El mundo… el mundo no entiende de penas, no entiende de muerte.

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Quietud

Fotografías

Quietud · Dyin’ Alone

I’m not afraid of the sunset or the rain I’m not afraid of the suffering or the pain
I’m just afraid of dyin’ alone I’m just afraid of dyin’ without findin’ you
   
And what would you find And what would we find
And what would you sing And what would we say
And what would you mean And what would we mean
Imagen
Relatos

Un mal lugar donde no exista la sal

Ella escribió sobre un margen casi asfixiado, lleno de tinta y pisadas, donde los espacios en blanco eran hijos de olvidos y no garantes de historias futuras. Deslizó, sobre renglones quebrados, fruncidos versos sin rima que hablaban de noches saladas, de mañanas y dulces penumbras.

Suave, con ritmo adormecido, relató a qué sabe el rumor de las olas, el olor de las crestas de espuma, el tacto del frío que llega y no huye. Aquel que desafía, que atenaza los huesos.

rutinas

Me habló de las fotos manchadas, de los recuerdos ajados, de esos nombres propios que justifican suspiros. De los espacios, vacíos y mudos, por los que se desliza el eco de la frase inmediatamente anterior. Ella habló de las veces que los hombres mienten por no callar, de las horas que pasan luchando, batallando con su sombra sólo por no sollozar. De las tormentas encerradas entre paredes sin ventanas ni vida, de la luz que no logra huir, de un ocaso que absorbe hasta la última esperanza del día.

Con serenidad y suficiencia, como quien se desviste entre costumbre, ella arrojó sus temores a la cal inmaculada de los muros del cuarto desnudo, y yo, con premura, les di acomodo entre las grietas de mi alma y sufrí, como sólo sufre quien vaticina el silencio.

Todavía me susurró al oído historias de castañas y fuego, de llamas y abrigo. Y balbuceó en el aire el aroma a piel y naranja, el hedor de la ira enquistada, la fragancia del beso en la frente. Y, mientras lo hacía, yo me hundía en sus ojos, que ya no reflejaban miradas, imaginando un lugar donde yacer, un rincón donde esperar, donde sentir las ansias del tiempo enredando en mis piernas, arañando mi piel, tropezando y ralentizándose, haciéndose eternas.

Un rincón apartado en el que ver morir días y noches, en el que evocar la rutina y buscar refugio a mis manos y a la inquietud de mi mente. Un mal lugar en el que repetir los gestos gastados, una y otra vez. En el que imaginar las campanas sumisas y dóciles.

Un rincón, alejado y sin senderos, donde no se permita la palabra, donde no exista la sal. Un mal lugar, donde las campanas de muerte permanezcan por siempre calladas.

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Relatos

Promesa

AIDS in Asia por Zoriah

AIDS in Asia por Zoriah

Si te pido que me lleves allí, justo allí, donde la luz todavía encuentra ganas de vencer…. prométeme que silenciarás mi deseo con una caricia suave y un beso que cierre mis párpados.

Si mañana, cuando el cielo mude en  luto, sostengo la piel clara de tu mano y la llevo hacia mi pecho vencido… prométeme que atusarás mis cabellos, prométeme que no querrás sentir mis latidos.

Si te hablo, si te observo mientras permaneces impasible ante mí y se fuga un tequiero… prométeme que responderás con silencio. Júrame que se lo tragarán los muros de piedra, que perecerá diluido, asfixiado.

Promete que estarás aquí, entre ella y yo, y dejarás que todo sea noche y frío cuando ella lo quiera. Que olvidarás todo lo que me ha hecho humana: las lágrimas; el escalofrío, si era tu mano la que flirteaba con mi espalda; aquella sonrisa; los ojos vidriosos de pura emoción… promete que me recordarás como polvo, no como piel.

Escúchame por última vez, por favor. No hagas que desee quedarme. No perturbes mi mente vencida. No desplaces al olvido que ahora ya casi me abraza. Prométeme que serás silencio, que seré silencio, que sólo habrá frío.

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