Quietud

Fotografías

Quietud · Dyin’ Alone

I’m not afraid of the sunset or the rain I’m not afraid of the suffering or the pain
I’m just afraid of dyin’ alone I’m just afraid of dyin’ without findin’ you
   
And what would you find And what would we find
And what would you sing And what would we say
And what would you mean And what would we mean
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Relatos

Aletea

Aletea, siempre frágil y temeroso, pero aletea. Su cuerpo rechina y despierta. A punto está de vencer el peso y los pesares, a punto está de trazar una vertical casi perfecta con cada golpe de ánimo. No avanza, no retrocede, pero aletea y su cuerpo casi se eleva.

Observa el mundo y sus formas, habiendo puesto espacio entre el último trozo de piel y la tierra seca. Respira el color que devuelven los seres cuando la luz, nueva, más fresca y pulcra, resbala en sus cuerpos. Escucha el latido, los ritmos y las cadencias, de las palabras que se sustentan en el aire poco viciado de las mañanas.

avanzar para seguir
palpando el susurro

Acaricia los susurros, casi imperceptibles hace apenas un instante, que anhelan caminos todavía no hallados; aquellos que hablan de senderos que aguardan un nombre y destino. Aquellos capaces de hacer mofa de los errores pasados, de la vida gastada.

Aletea y las fuerzas no se agotan. ¿De dónde sacan sus músculos el azúcar con el que camuflar la sal de los años? ¿Qué ha vencido al óxido y a la fatiga?

Ojalá pudiese avanzar ahora que flota, ahora que no hay lastre, justo ahora que el color lo camufla todo. No sólo elevarse, también progresar. Un desplazamiento contenido o en plena embestida, avanzar para seguir palpando el susurro. Un paso para que el tiempo no huya o, si lo hace, para que camine intranquilo, para que sienta su respiración acosando a sus huellas.

después hay silencio
y olvido

Ojalá los aromas no dependiesen del espacio y el tiempo. Ojalá no se consumiesen, ojalá que el suave aleteo colmase sus ansias y no reclamasen más que flotar para convertirse en perennes.
Ojalá que la vida no pasase a su lado, ojalá que gustase de detenerse con él. Ojalá que nadie más reclamase su espacio, que todo fuese orden y calma. Todo un suave danzar, un dócil fluido que se deja mecer. Ojalá.

Aletea, pero la inmovilidad ya le pesa. No reconoce las voces que invaden su espacio, que miran con desdén y casi en el mismo instante se van. Apenas escucha nombres comunes y, los que percibe, escapan fugaces, nunca se dejan tocar. Se gasta deseando que vuelvan fantasmas que traigan consigo borrosos susurros y aromas casi asfixiados. Se instala en sus huesos la fatiga y la luz pierde frescura y color.

Comienza a hacer frío, pero parece que sólo él lo nota. Aletea sin apetito, casi sin voluntad. Le arañan la piel unas risas lejanas, unas miradas robadas y también llantos, estruendosos y mudos. Aletea, totalmente vencido, y ante sus ojos rezuma una última pizca de felicidad. Después hay silencio y olvido. Y más tarde, una vida que se impregna de dudas:

¿Qué sentido tiene flotar? ¿Por qué no reposar en silencio? Quizá no haya muerto nunca nadie por vivir sin soñar.

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Relatos

Éxodo

La dulzura se hizo harapos. Jirones de tierra estéril y sed añeja.
La sangre se secó en su paladar hasta perder totalmente el gusto y la sal. Y el frío… el frío se impuso a las áridas bofetadas de un sol en lo alto, para abrir brechas sobre su piel, para trenzar de miedo sus cabellos.

Se desgarraron los días entre el estruendo, y vivir se convirtió en un continuo éxodo. La huida sin retorno del que camina sólo para no perder el aliento. Pasos sobre el polvo y la piedra, hollando los senderos, desangrándose en cada peaje. Pies que se arrastran, venciendo el trecho que tiene como origen el terror y único destino la esperanza de una vida que, aunque entre perdida y asfixiada, quizá todavía consiga exhalar.

L'exode

«L’exode» por Fanny Ferré
Fotografía de *Modimo* (vía flickr.com)

La carne de la que abre el camino se despedaza, se vuelve andrajos. El viento, las sirenas y los silbidos le desmenuzan el alma, pero en su espalda… en su espalda todavía se cobija calor. Aquel que alimenta la hilera de ojos vítreos y miseria que vaga tras ella. Un manojo de hambre y huesos que han renunciado a pensar. Que confían en su estela como única certeza. En sobrevivir, como única dignidad.

Sigue caminando, bella y hermosa.
Deja atrás las veredas, donde se apagan los latidos de los que ya hieden bajo el sol.
Sigue caminando. Deja atrás los llantos, casi mudos, de los que ni siquiera han conseguido morir.
Resiste, bella y hermosa. Respira el aire que aún sobrevive y sueña esta noche con silencio, esperanza y color.

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Ocaso

Fotografías

Se ofrece abrupto ocaso…

… donde depositar suspiros

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Relatos

Un mal lugar donde no exista la sal

Ella escribió sobre un margen casi asfixiado, lleno de tinta y pisadas, donde los espacios en blanco eran hijos de olvidos y no garantes de historias futuras. Deslizó, sobre renglones quebrados, fruncidos versos sin rima que hablaban de noches saladas, de mañanas y dulces penumbras.

Suave, con ritmo adormecido, relató a qué sabe el rumor de las olas, el olor de las crestas de espuma, el tacto del frío que llega y no huye. Aquel que desafía, que atenaza los huesos.

rutinas

Me habló de las fotos manchadas, de los recuerdos ajados, de esos nombres propios que justifican suspiros. De los espacios, vacíos y mudos, por los que se desliza el eco de la frase inmediatamente anterior. Ella habló de las veces que los hombres mienten por no callar, de las horas que pasan luchando, batallando con su sombra sólo por no sollozar. De las tormentas encerradas entre paredes sin ventanas ni vida, de la luz que no logra huir, de un ocaso que absorbe hasta la última esperanza del día.

Con serenidad y suficiencia, como quien se desviste entre costumbre, ella arrojó sus temores a la cal inmaculada de los muros del cuarto desnudo, y yo, con premura, les di acomodo entre las grietas de mi alma y sufrí, como sólo sufre quien vaticina el silencio.

Todavía me susurró al oído historias de castañas y fuego, de llamas y abrigo. Y balbuceó en el aire el aroma a piel y naranja, el hedor de la ira enquistada, la fragancia del beso en la frente. Y, mientras lo hacía, yo me hundía en sus ojos, que ya no reflejaban miradas, imaginando un lugar donde yacer, un rincón donde esperar, donde sentir las ansias del tiempo enredando en mis piernas, arañando mi piel, tropezando y ralentizándose, haciéndose eternas.

Un rincón apartado en el que ver morir días y noches, en el que evocar la rutina y buscar refugio a mis manos y a la inquietud de mi mente. Un mal lugar en el que repetir los gestos gastados, una y otra vez. En el que imaginar las campanas sumisas y dóciles.

Un rincón, alejado y sin senderos, donde no se permita la palabra, donde no exista la sal. Un mal lugar, donde las campanas de muerte permanezcan por siempre calladas.

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Fotografías

La Encarna con chiquilín

La Encarna

Algún día soñarás con rincones nunca antes pisados
Y lo harás mientras atraviesas y huellas prados de miel y oro
Y lo harás, sin detenerte a contemplar a las alondras que te persiguen,
ensimismadas con el suave danzar de tus pasos

Algún día soñarás con finales no escritos
Y lo harás en tanto mi noche secuestra las horas
Y lo harás, mientras se tizna mi rostro y se mece mi cuerpo con impulso baldío

Algún día vivirás pleno, y yo callaré… soñando contigo

 

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Relatos

Nana

Las horas se topan con el brusco descenso del día al infierno de las tinieblas. El relente de la oscuridad, que ya acecha, llega para calmar las heridas de una tierra árida y estéril. Una llama se contonea y muere, acto seguido, ante la brisa fugada de unos labios. El tiempo comienza a caminar con la torpeza propia de un moribundo y, en la noche, ya sólo se percibe su hilo de voz:

Escucha el murmullo del tiempo que se aleja tranquilo,
camino del sol que ya el horizonte acomoda,
camino de la luz vencida.
Escucha, pequeña, los susurros del tiempo huido.

Respira el sigilo que anticipa y dintela el ocaso.
Olvida el día y sus perennes ausencias,
olvida las voces, las lágrimas todas.
Respira, pequeña, el recién tornado mudo ruido.

Descansa, y rasga con tu sueño la piel de mi pecho,
para así desleír tus temores entre mis manos baldadas.
Para que abandonen por siempre, tus heladas mejillas.
Descansa, pequeña, y que exhale mientras el miedo su postrero suspiro.

Permite que me evapore, serena y silenciosa, yaciendo a tu lado.
Que hoy mi sueño se convierta en quimera,
aquella que acompañe a tu alma dormida.
Permite, pequeña, que aguardemos juntas el amanecer venidero.

Duerme calma, hasta olvidar todo lo aprendido. Sin desvelo
que yo me encargo, mi niña, de hallar esta noche morada
en la que resguardar tu conciencia.
Duerme, pequeña, que juntas mudaremos el día por infinito sueño.

Y, un paso tras otro, los caminos se vacían de vida, de respiraciones cansadas, de trayectos que buscan dejar a su espalda un horizonte desierto de luz.

Y allí, donde el tiempo enloquece de pura calma y el mundo deja de blandir sus armas vencidas, allí ya no hay más que silencio. Ya no hay más que el rítmico vaivén del pecho de la niña sobre el seno de ella. Nada queda. Se ha fundido, en las sombras, el suspiro del último ser que quiso descifrar cómo muere un día.

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