Relatos

María cierra los ojos

Una fina capa de agua se desliza calle abajo, borrando cualquier resto de pisadas, de caminos de vuelta a casa, de atajos improvisados sobre aceras sucias y descarnadas. Existe un contraste entre el bullicio propio de la ciudad en una tarde lluviosa y los huecos de profundo silencio en los que nadie camina, en los que nada transcurre, en los que sólo la lluvia continúa constante y absorta.

Llueve, como llueve esas veces en las que parece que nunca lo dejará de hacer. No con abundancia, no con virulencia, fina y sin descanso, dibujando un velo de agua que figura siempre haber estado ahí. Olvidados los días de sol y luz plena, María ya sólo concibe vivir envuelta en humedad y suave cortina de lluvia. A su lado, un zumbido baila por la habitación, de rincón en rincón, de esquina en esquina, serpenteando por entre las pilas de libros amontonados, esquivando los restos de un desayuno y las últimas migas de la hogaza de pan de la cena anterior. El silencio aparece en forma de zumbido, como para mostrar que algo no va bien cuando nada más hay que escuchar. Entre la lluvia el tiempo camina y su paso se refleja, dentro del cuarto, en cómo las horas van azuzando los aromas a vida estancada, a costumbres dejadas; los aromas que avisan de que las rutinas se han quebrado hace mucho ya y todo lo urgente ha pasado a ser pospuesto hasta un quizá mañana, un quizá si parase de llover, un quizá si la fina lluvia no pesase tanto.

Lost in Reveries
Lost in Reveries, por Mundus Senescit

No han sido felices los últimos días para María. No lo han sido desde que la vida, como aquel ilusionista viejo, cojo y de manos artrósicas, dueño un espectáculo ambulante que años ha dejó de sorprender, hizo volar un trapo roído, sin color ni ornamentos y, bajo él, se destaparon las ansias acumuladas entre el polvo de los años. ¿Dónde has aparcado las ilusiones por conquistar algún sueño, María, aunque sólo fuese el más torpe e inservible de todos ellos?, preguntó la vida. ¿Hace cuánto has dejado de preocuparte por un vientre vacío? ¿desde cuándo ya no recopilas nombres propios, no los ordenas y puntúas, no los imaginas y desechas?

Hay historias de héroes y heroínas escritas entre los apellidos de María. Como en las de cualquier otro, le susurró un día la vida. Y cajones llenos de fotografías en las que se muestra gente que sonríe, gente que se mira, que posa con muecas absurdas, que se dejan llevar por el momento y confían; que no piensan en el hambre, en los dolores, ni en el oro, ni en el frío. No existe casa sin esos recuerdos, María, le quiso recordar un día la vida. No existe hogar sin esa historia, ni familias que no hayan sufrido y vencido. María lo sabe, y no siente más que desprecio por ella misma cuando sus únicas respuestas son llanto, cuando desearía haber aprendido a vivir de otra forma, a querer de otra manera; cuando se hunde en sus entrañas a base de reproches, cuando se adormece entre ensoñaciones de cómo hubiese sido vivir en otra piel, más sensata, más cabal, menos estúpidamente dramática, más llena de valor, con menos odio por los huesos propios. El difícil equilibrio de mantener la cordura entre lluvia fina que no cesa, los reproches que susurran y el haber olvidado ya el nombre propio de la última persona que algún día te besó. María piensa en sus abuelos, tal cual Delibes y Ángeles, sentados sobre un prado en primavera; él le lee, ella le aligera la pesadumbre de vivir. Todo parece fácil, no existe más misterio que dejarse llevar, que confiar en el otro. Después llegan los paseos, más tarde los viajes y los hijos que crecen, los recuerdos que nacen y mueren, la visión de la existencia que no para de mudar, los adioses, los lloros, las manchas del tiempo moteando la piel, el terror por dejar de ser, la felicidad de saberse vivido, el último llanto del que se despide entre orgulloso y vencido. Todo parece fácil, vivir no tiene más misterio que dejarse llevar, medita María eternamente inmóvil, siempre temerosa, absolutamente llena de dudas. ¡Qué bonito hubiese sido nacer otra persona, no haber dejado pasar los años o haber aprendido a caminar sin condescendencia! ¡Qué hermosa la vida, cuando es otro el que la transita!, solloza María.

Un tren de nubes negras y alocadas cruza frente su mirada. Se acercan, amontonan y huyen vertiginosas, presas de alguna urgencia, víctimas de algún terror. Dejan, entre su caos, huecos por los que adivinar cielo azul y luz amedrentada. Como el salto entre fotogramas de una vieja película, la tarde se dibuja a golpes de negro tormenta y repentinos haces de sol. María cierra los ojos, apoya sus pies contra el alféizar de la ventana y deja que la luz y el calor hormigueen sobre la piel de sus piernas. Reclinada, silenciosa y apacible, María sueña con horas desgastándose entre el dulzor ácido de un puñado de mandarinas. Nada más que el tacto rugoso de la piel bajo sus dedos y el aroma aferrado a sus yemas para no abandonarlas jamás. Lo suficientemente tenaz y duradero como para no desprenderse de ellas nunca más.

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Relatos

Desde que llegué al mar

Yo he liderado ejércitos. He conquistado imperios, he encabezado marchas redentoras. En mi nombre se han firmado treguas y desencadenado infiernos. Cientos de habitaciones han enmudecido, sólo para escuchar el sonido firme de mi caminar. Mi ira ha inundado jornadas sin fin; tardes exhaustas remoloneando despedidas, con el único objetivo de seguir brindando punzante y cálida luz sobre mi frente.

The forgotten II

The forgotten II por Luis Alvarez Marra

Yo he gritado al viento que la calma me pertenece. He susurrado a la luna que la noche le es prestada. En mi nombre pilares eternos se han resquebrajado. Yo he sido deseado y nunca he necesitado amar. Sobre mi espalda se ha cargado la suerte y el destino de miles. Yo he tosido sangre y respirado azufre. No he dejado atrás tierra sin pisar, ni mares por ser amansados. Mi nombre ha bendecido montañas, mi sombra ha sido reverenciada cada vez que he decidido partir. 

Yo he descabalgado reyes, moldeado barro con mis manos, escrito sobre sueños y pesadillas entremezcladas. Yo he olvidado cualquier nombre propio, he descubierto secretos ajenos. Si algo has sentido, no fue más que el resultado de mis entrañas digiriendo y regurgitando. Yo he sabido cómo evocar los deseos más turbios, los anhelos más desesperados. Tras mí han quedado valles desolados, hileras de espaldas sudadas, manos temblorosas y hombres cabizbajos. Yo he sido todo, denso silencio y brillante estrépito.

Y ahora no sé si me da miedo la muerte. No sé casi nada desde que llegué al mar. No sé si las horas me guardan respeto, si los aromas pasan antes por mí y me solicitan licencias. No sé si de pronto todo se detendrá si yo lo ordeno, o si mis gritos conservan el poder de fracturar los huesos. Desconozco hacia dónde fluye este camino y la historia que lo ha mudado pedregoso y combado. Lo cierto es que no sé casi nada desde que llegué al mar. Realmente, ignoro si en la urgencia de la muerte se resume todo aquello que me acobarda.

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Marguerite Duras: «No sé si me da miedo la muerte, no sé casi nada desde que llegué al mar»

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Fotografías, Relatos

Una tarde junto al “sempre vamos”

Ella se acercaba, deslizándose con sigilo y calma, para rellenar de sal y mimo extremo las imperfecciones de su piel rugosa. Él la aguardaba, con la respiración en huelga de histeria y los sentidos, todos salvo el tacto, exiliados por inoportunos.

Poco a poco, ella encontró los pliegues de su piel. De ella fueron cada una de las cicatrices y, de la sal de su caricia, todas y cada una de las heridas que escuecen. Él se dejó mecer. Nubló su cordura con la embriaguez desprendida mientras veía morir sus tormentos y se diluía lentamente la quejumbre propia de la soledad.

No hubo palabras, ni miradas. No hubo susurros desafiando al plomizo silencio de la tarde, ni chasquidos de labios contra piel erizada; tampoco agitado vuelo de pestañas nerviosas. Solamente silencio, un abrazo y, colándose entre sus pieles fundidas, un hazme volar y un regresa conmigo.

Una tarde junto al "Sempre Vamos"

Casi al final, cuando la suavidad lo paralizaba todo, cuando el tiempo se tornaba denso y pesado, él se sintió flotar de nuevo y ella se supo mano firme y delicada. Ambos imaginaron estelas de espuma blanca. Caminos arañados por historias de viejos marinos sabios; relatos que, en su locura, evocaban noches de mar en calma y horas infinitas, perfectas para ser gastadas en la dulce misión de perder la mirada de él, en cada una de las crestas de la infinita espalda de ella.

Pero no hubo final feliz. Ni siquiera se comenzó a gestar uno cualquiera, ni epílogo triste, ni torpe, ni inconcluso. ¿Qué más puedo hacer?, se preguntó ella, mientras retrocedía quejumbrosa y envuelta en pereza. ¿Hasta cuándo me esperará?, se atormentó él, dejando caer la pesadumbre de su alma sobre el costado de estribor. ¡Qué tarde más gris para esta época del año!, pensé yo, estúpidamente ajeno a toda vida que no sea la mía.

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Relatos

Fruta caduca y flores marchitas

Hoy han llegado las urgencias serpenteando por entre los cristales rotos de la estación. Ventanal resquebrajado por los rayos del sol de las mañanas, las miles de mañanas pasadas, que tamiza la luz incipiente del día. Cristalera en profunda descomposición que tiñe de un tono dorado la aspereza del suelo sucio y las paredes sobadas de tanto soportar hombros y espaldas cansadas.

Hoy el tiempo camina y silba por entre los andenes con el paso de un trastornado con una locura urgente por acometer. Hoy los trenes están mudos, hoy la muchedumbre no revolotea ocupando los rincones. Esta mañana el frío lo inunda todo, lo silencia todo, desparrama nebuloso vaho en los vestíbulos y en cada una de las esquinas vacías.

Homeless and forgotten old man in Argentina

«Homeless and forgotten old man in Argentina», por Rodrigo Butta

La costumbre suele ser pegajosa y repetitiva en esta parte del mundo. El tiempo acostumbra a mostrarse infinito. Los anhelos: torpes, borrosos y oxidados. No germinan noticias en estos rincones, no florecen ilusiones y caminar, en perfecta fila india, es lo más audaz que nos solemos permitir. Generalmente transita la vida como lo hace el agua sobre un árido suelo arcilloso; buscando la siguiente cicatriz a la que saltar para deslizarse sin empapar la tierra. Así, de ese mismo modo, se desvanecen los días ante nuestros ojos y no hay llantos ni risas que los detengan.

Sin embargo, esta mañana los andenes bullen en urgencias. El peso del tiempo acumulado en tratar de dominar lo que jamás puede ser aprendido: el martilleo de la soledad, el olvido del que pasa desapercibido o la densa y total apatía; ha vencido todo resto de esperanza. Esta mañana el frío acelera los segundos, la mente siente la imperiosa necesidad de buscar silencio y el cuerpo ni siquiera consigue toser cuando la peste a angustia comienza a bloquear la respiración. Hoy, las imágenes de las vidas ajenas, de las conversaciones y confidencias, el taconeo de los zapatos que cruzan ilusionados los andenes, la vorágine de despedidas y reencuentros, los planes por deshacer, los futuros hilvanados entre sonrisas y las dudas aferradas a las vísceras… hoy todo ello se ha convertido en zarpazos insoportables, en disparos dirigidos con maléfica precisión para avivar los más dolorosos de los recuerdos.

Esta mañana se ha hecho imposible vivir.
Hoy he decidido nunca más volver a dormir envuelto en hedor a fruta caduca y flores marchitas.
Hoy he tallado mi nombre en la pared más cercana. Mañana me despedirán breves columnas en los periódicos locales.
Estoy conforme, nunca he perseguido la gloria. Siempre he apreciado la secuencia de zumbido y silencio en la que mudan los focos cuando, finalmente, reposan.

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Relatos

Baila esta noche conmigo

El acantilado murmuraba versos sin rima. Rumor de olas deshaciéndose contra la piedra y silbidos de viento enloquecido serpenteando por entre la escasa vegetación. Sus miradas acostadas en el horizonte, escondiendo los pesares entre la dulzura de un cielo ensangrentado. Junto a ellos, acompañando al ocaso, se diluían las nociones y los empeños, perdían fuerza las convicciones, se anquilosaban las ganas de conquistar imperios, se dormía toda esperanza de alguna vez reinar. La luz perdía fuerza, acobardada por el frío que anticipaba la noche. Por instantes todavía fulgurante, como empeñada en un último esfuerzo por permanecer protagonista y plena. Pero, finalmente, vencida y tímida… lenta y profundamente cohíbida, envuelta en un declive sin fin.

Una franja de espesa niebla servía de bisagra entre la placidez del mar y los colores incendiados de un cielo que comenzada a salpicarse de motas. Él apoyó sus manos sobre los hombros de ella, acercó su mentón hasta rozar su cabello y se preguntó, en forma de susurró casi imperceptible, qué me espera allí, donde hasta el sol se avergüenza de ser y busca cobijo tras el denso desdén de la bruma. Ella tensó sus músculos, cerró sus párpados y hondamente inspiró.

Allí, donde los anhelos mudan en tristes historias olvidadas –comenzó ella su relato– hay un pasillo angosto, largo y oscuro. Tan extenso como necesite la rabia de tus pasos para terminar por ser dócil animal domado; tan estrecho como requieran tus hombros para sentirse profundamente aprisionados. También allí, convirtiendo en finita la travesía por el corredor, existe un arco tallado sobre un metal anciano, lleno de herrumbre y verdín. Un arco que saluda a las almas de los perdidos, justo en el final de un camino que te ha despojado de maletas, de sentidos, de certeza y sabiduría.

motion

«motion» por Beth Scupham

Se giró y puso su frente sobre la barbilla de él, solicitando un abrazo que no tardó en llegar. Dejó que sus músculos reposasen sobre su pecho y continuó susurrando a su oído: nace un pasillo, angosto, largo y oscuro, en cualquiera de los lugares en los que has deseado perder la capacidad de recordar. Allí, en cualquiera de las esquinas donde has aprendido a cobijarte de los ecos de las vivencias pasadas. Nace y se muestra frente a ti, proyectando luces y sombras. Ofreciendo la protección propia de las persianas bajas, la mudez de las más tupidas de entre todas las cortinas. Nace y se extiende casi infinito, tanto como tu mirada lo quiera, hasta desfallecer a los pies de las jambas poderosas que dan paso a una sala de la que ningún cuerdo ha conseguido retornar.

El miedo –continuó ella– lo eclipsa todo. Los recuerdos idealizados acosan a sus dueños como el hambre retuerce las mentes de los más lúcidos. No hay espacio para los anhelos no vividos. Gritan, reclaman su sitio, pero no hay lugar donde cobijarlos. Sólo hay angustia para el que eternamente duda, para el que consigue ser completamente anciano antes que adulto.

Angustia –masculló él– profunda angustia.

Sí, tormento y pesadumbre diluyendo todo lo que algún día creíste sólido –los labios de ella dibujaban frases sobre el pecho tembloroso de él– desfragmentando tu mundo mientras sólo logras caminar solitario, cruzando el pasillo, serpenteando torpemente entre las sombras. De la angustia nacerán las palabras que arrinconan el alma, las que ponen en peligro tus sentidos. De ella los pasos, los pies cansados, la mirada baja. De ella el peso sobre tus hombros. De ella la noche y el luto.

¿Hacia dónde caminar entonces? ¿Cómo huir de uno mismo? —se preguntaba él– ¿Cómo cojones huir de uno mismo?

No lo sé –y de los ojos de ella brotaron lágrimas de rendición y rabia– ¡no lo sé! Pero baila conmigo esta noche. No pienses, sólo danza. Dame tus hombros y ocupa mi cintura. Que el viento nos meza, que sean tuyas mis ilusiones. Que compartamos aliento y fragmentos de vida. Ven y busca la realidad en mis labios, en mis párpados cerrados, en las caricias que visitan lugares comunes. Baila conmigo esta noche, silencia los ecos que resuenan implacables. Deja morir el día a mi lado y que la mañana nos sorprenda, nos descubra vivos y abrazados. Ven, baila conmigo.

Y aquél pareció argumento suficiente para querer vivir una noche más. Y la luz desapareció por completo, por supuesto, pero ninguno de los dos la echó en falta. A ninguno de ellos le apremiaba la mañana y, cuando ésta llegó, trajo consigo nuevas angustias y penas, nuevas seguridades en el alambre, nuevos pasillos angostos y oscuros. Más batallas a ser enfrentadas y, quizá, nuevos abrazos y danzas a esgrimir como poderosas armas en la contienda. Quizá han seguido luchando, posible es que la angustia les deje vivir. Quizá él no ha decidido caer rendido todavía. Quizá ella ha conseguido vencer.

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Amenazas...

Fotografías

Amenazas…

… con más bramidos y sopapos, sin advertir que una estrecha franja de luz esforzada, es motivo suficiente para seguir bogando

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